martes, 18 de octubre de 2011

Nunca pensé que pudiera sucederme a mí

Es casi la hora para dar inicio a mis charlas aquí en el laboratorio. Antes de ingresar a la sala reconozco a Isabel, sentada de espaldas, esperando junto con otros pacientes. Volvemos a encontrarnos casi un mes después de recibir sus primeros resultados. El movimiento nervioso de sus pies me revela claramente su estado de ánimo, la ansiedad es un sentimiento común que aparece durante el tratamiento contra la hepatitis C.

Secretaria de profesión en una reconocida empresa, a ella le diagnosticaron su enfermedad  durante un simple examen de sangre cuando trataba de donarle a su amiga internada en una clínica. “Nunca pensé que pudiera sucederme a mí” recuerdo se lamentaba entre sollozos en aquella oportunidad. Al igual que muchos, Isabel se enteró sobre su condición de manera fortuita, y es que el virus de la hepatitis C es asintomático hasta llegar a un estado muy avanzado.

Físicamente no parecía presentar mayores problemas, tan solo algunos síntomas difusos que ella, con irresponsable seguridad, confundía con un cuadro de stress producto de su arduo trabajo. En su caso, un largo período de tiempo sintiéndose cansada no fue suficiente indicio para alertarla que algo malo sucedía. Posteriores controles médicos de rutina fueron insuficientes en su intento por descubrir nada anormal ante tan silenciosa enfermedad.

Ahora, tras superar la conmoción inicial y aceptar por fin su situación, está dedicada en cuerpo y alma a combatirla. Sus familiares, en especial su pareja con quien lleva casi dos años y medio de noviazgo, han sido un importante aliciente para sacarla de esa crisis depresiva y “tomar al toro por las astas” como se dice.
La conducta de Isabel es perfectamente normal, pasa por un estado de nerviosismo e irritabilidad. Comenzar el tratamiento no es cosa sencilla y seguirlo requiere de mucho tesón. A diferencia de otros procedimientos, éste suele trastocar el estado de ánimo de manera singular y “volvernos malos” como cuentan algunos familiares de los pacientes. Las inyecciones recetadas durante un año, lejos de aliviarlos terminan por hartarlos y hacerlos enojar. Y es que los efectos secundarios de las dosis suelen reflejarse en síntomas como fatiga, nauseas, pérdida de apetito, gripes, dolores musculares, entre otros más, que definitivamente interfieren en nuestras labores diarias y mandan un cambio en el estilo de vida.

Para Isabel han sido las alteraciones en el sueño un reto especialmente difícil de manejar, “Paro todo el día enojada y cualquier cosa me altera” nos dice, como advirtiéndonos sobre alguna abrupta reacción de su parte. La falta de concentración producto de ese insomnio le ha costado ya algunas llamadas de atención en su trabajo. A pesar de las complicaciones, ella no se desanima, ha leído mucho sobre el mal que la aqueja y entiende que es un proceso largo y tedioso.

Este tipo de reuniones periódicas le ha permitido encontrar desahogo a sus tensiones. Buscó en internet que la práctica de algunas técnicas de relajación ayuda mucho a controlar sus arranques. Los baños calientes, algo de ejercicios y buena música mientras hace sus quehaceres han servido para dicho propósito pero son los masajes que su novio le sabe hacer lo que más disfruta…“es lo mejor del tratamiento” comentó pícara, arrancando risas en los presentes.

Quizás la etapa más complicada de cualquier enfermedad ocurra tras el primer diagnóstico y el natural rechazo de asumir que padecemos de algún mal. Muchos piensan que es una enfermedad rápida y mortal en corto tiempo. Durante este período sentirá la necesidad imperiosa de buscar la mayor cantidad de información sobre lo que padece. Dicho interés resulta positivo siempre y cuando esté en la justa medida.

Pero recuerde, mucha de la información que encontremos puede ser tan real y segura como alarmista y poco detallada. Vayamos siempre con cautela, recurriendo a los especialistas y contrastemos con ellos la nueva información obtenida que ayude a resolver la mayoría de nuestras dudas.

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