Una parte de mi trabajo como enfermera que realmente me apasiona es que también me dedico a impartir charlas dos veces al mes en un laboratorio farmacéutico, donde tengo la oportunidad de acercarme más a los pacientes con Hepatitis C, escuchar sus experiencias y brindarles apoyo y consejo. Uno de los pacientes, a quien llamaré Lucho, siempre se muestra especialmente interesado en uno de los temas que toco con frecuencia: el nutricional.
Lucho es gordito y bonachón, y bordea los 55 años. El buen humor es una de sus principales armas contra la Hepatitis C. Siempre viene acompañado de su esposa, quien se ha convertido en su principal apoyo desde que descubriera que padece la enfermedad, hace siete meses, después de un análisis de sangre de rutina.
Lucho es lo que conocemos popularmente como “un hombre de buen diente”. Desde pequeño, sus padres lo mimaron con dulces y alimentos altos en calorías. De niño gordito, pasó a ser adulto gordo, sentado tras un escritorio, cuyo ejercicio principal consistía en levantarse de su silla para ir tras un bocadillo entre comidas.
Pese a que tuvo alguna vez la oportunidad de mudarse a otro país por cuestiones laborales, Lucho confesó a los presentes, entre risas, que jamás podría dejar al Perú porque “en ningún lugar se come como aquí”, opinión compartida por todos. Los cajones de su escritorio solían estar poblados de chocolates y galletas. La hora del almuerzo solía ser para él la más feliz del día: el momento de pedir comida rápida.
Los fines de semana, él y su esposa se reúnen con sus tres hijos (dos de ellos ya casados) para disfrutar de la cocina de ella. Irónicamente, ella es partidaria de la comida saludable y del ejercicio, y se mantiene delgada. A pesar de sus insistencias, ella nunca había podido conseguir que su esposo vaya, según sus propias palabras, “por el camino del bien”. Por un tiempo, ella intentó preparar comida saludable para que él la llevara diariamente al trabajo, proyecto que no tuvo éxito. Grande fue su sorpresa cuando, en la misma sesión, Lucho le confesó que se la regalaba al portero del edificio donde trabaja.
Cuando él descubrió que padecía de Hepatitis C, se encontró ante una dura tarea: el modificar sus hábitos alimenticios, algo que nunca había podido conseguir por voluntad propia. La Hepatitis C no sólo exige el cumplir con el tratamiento al pie de la letra, sino también modificar el estilo de vida.
Según su testimonio, a Lucho se le hizo muy difícil el acostumbrarse a su nueva dieta. Nunca le gustaron ni las frutas, ni las verduras, ni los alimentos cocinados al vapor, ni el pescado… a no ser que fuera frito y con mucha mayonesa. El dice que aún ahora se siente tentado por su dieta de antaño y hasta confiesa algunos tropiezos. Sin embargo, no se ha permitido recaídas graves. Dice que su salud es lo principal, y está muy concentrado en su recuperación.
Sin embargo, pese a las tentaciones ocasionales (“me doy mis pequeñísimos gustos, una vez a las quinientas”, afirma), hoy ya no le resulta tan difícil el comer saludablemente. Ha bajado alrededor de 15 kilos y se siente más ligero y con mayor energía. Ahora lleva su propio almuerzo saludable al trabajo, preparado por su esposa. “Ya no puedo hacer lo de antes (regalarlo), y después comprarme una hamburguesa con queso y tocino” dice, riendo. Si se le antoja algo entre comidas, come una fruta (afirma que las manzanas se han convertido en sus aliadas).
Se dice que el ser humano es animal de costumbres. El cambiar la dieta, amigo lector, puede ser una odisea para usted, al igual que lo fue para Lucho. Sin embargo, al igual que él, concéntrese en su meta principal: el mejorar. Ello le será de gran ayuda.